sábado, 21 de noviembre de 2009

PINTURA:

El siglo XIX empieza con Francisco Goya (1746-1828) y se cierra con Edvard Munch (1863-1944), un pintor meridional y uno nórdico, que tienen en común el partir de un siglo y volcarse creativamente en otro; dos pintores que interrogan el alma humana descubriendo sus grandezas y sus miserias, sus glorias y, sobre todo, sus temores.

En sus pinturas y en sus grabados, la realidad que los ojos ven y que los impresionistas quisieron asir instante por instante, momento por momento en sus más mínimos cambios ambientales, desaparece engullida por el velo de lo profundo, un velo que no se aprecia porque en lugar de cubrir las cosas y las personas, y camuflarlas embelleciéndolas y hermoseándolas con galanuras y aderezos, las revela en sus esencia, en su desnudez, cuando no en su inmundicia.

En 1795, Goya asumió la dirección de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, cargo que apenas ejerció durante dos años. Al abandonarlo en 1797 publicó Los Caprichos, su primera serie de grabados pensada para ser vendida como tal, aunque estuviera a la venta solamente dos días. En Los Caprichos, el pintor da la espalda al oropel de la Corte y al ficticio mundo de los ilustrados para fijar su mirada en un pueblo que aún teme las malas artes de las brujas, unas mujeres cuya principal arma es la escoba: “La escoba es uno de los utensilios más necesarios a las brujas porque además de ser ellas grandes barrenderas, como consta por las historias, tal vez convierten las escobas en mula de paso y van con ellas que el Diablo no las alcanzara”, se lee en el comentario que acompaña al título Linda Maestra del Capricho nº 68

viernes, 20 de noviembre de 2009

ARQUITECTURA.

Los aspectos esenciales que definirán la arquitectura del XIX serán la tradición clásica impulsada desde la institución académica, el interés por el mundo medieval, las construcciones de talante ecléctico y la utilización del hierro. Éstas dos últimas vertientes serán protagonistas sobre todo del último tercio de siglo.

Estos aspectos pueden enfocarse a través de una ubicación cronológica propiciada por las circunstancias políticas de nuestro país a lo largo de esta centuria. La arquitectura fernandina corresponde a la elaborada durante el reinado absolutista de Fernando VII, en un periodo en el que la Academia ejerce una tiranía estilística cercana a la política del monarca. El talante abierto del liberalismo, por el contrario, se instala en el reinado de Isabel II. La arquitectura del reinado isabelino se caracterizará por mirar a frentes diferentes a la Academia. La Escuela de Arquitectura, cuya génesis se remonta al segundo tercio de siglo, es el reflejo del pluralismo político y la convivencia de distintos estilos recuperadores de nuestro pasado nacional. Por último, el reinado de Alfonso XII coincide con una etapa fértil de nuestra arquitectura, con lo que, gracias a mejoras políticas, sociales y económicas, al final del siglo las construcciones habrán recuperado el pulso arquitectónico en el que pareció desfallecer años atrás. Así el panorama constructivo comenzará a cambiar. Aparecerán grandes maestros, como Gaudí, que harán que nos integremos en el curso general de la arquitectura europea.

Este siglo XIX suscita discusiones en el entorno de la arquitectura. Sus instituciones sufrirán cambios sustanciales. La crisis de la Academia cederá el protagonismo a la Escuela de Arquitectura, de talante mucho más liberal. La creación de las Escuelas Técnicas Superiores de Arquitectura en Madrid y Barcelona son fundamentales para comprender la evolución estilística del siglo. De la Academia de San Fernando en Madrid y la de San Carlos en Valencia (la Lonja de Barcelona sólo daba títulos de Maestros de Obras) se pasará al abandono del academicismo y al estudio de la arquitectura histórica. De las discusiones sobre los órdenes se evolucionará a la teorización basada en los estilos. El arquitecto deberá encontrar la frontera de su ejercicio con otras profesiones cercanas, enfrentándose a ingenieros de caminos y a maestros de obras para la defensa de sus competencias profesionales. A este respecto, es significativa la creación de una Sociedad Central de Arquitectos en 1849, germen de los futuros colegios de arquitectos. De este modo, si la Academia se había creado para acabar con la situación gremial anterior, de nuevo cierto corporativismo se incorpora a la defensa de competencias de los arquitectos.

Otro aspecto importante en este panorama del siglo XIX afecta al modo en que estaban reglamentadas las labores de los arquitectos. Aparece un nuevo tipo de profesional, el arquitecto que es a la vez funcionario. Dependiendo de la institución de acogida, habrá arquitectos municipales, provinciales y de distrito. A estas figuras hay que añadir las de los arquitectos diocesanos y aquellos profesionales destinados en distintos ministerios y otras instituciones. El panorama laboral del arquitecto, como vemos, cambia radicalmente.